Mary Shelley, una biografía muy apócrifa

Artículo publicado originalmente en 2018 en El Vals de la Araña

Resulta que eres un filósofo político respetable. Más o menos. Bueno, de vez en cuando te pones un poco libertario y criticoncete con las instituciones. De hecho, sueltas un día que el matrimonio es un monopolio represivo. Pero con la boca pequeña, porque cuando se te cruza un día, de buenas a primeras, una feminista que viene de París de feministear con una nena debajo del brazo fruto de sus amoríos con un americano, te casas con ella. Eres un romántico, qué cojones. Y lo del matrimonio y eso, no iba en serio. Era broma, hombre. Y tienes otra hija. Pero va tu mujer y se le ocurre morirse. Dos bebés. Dos bebés hembras. Tienes miedo, y no puede decirse que sea infundado… Houston, Houston. ¡Tenemos un problema! ¡Sálvese quien pueda! Piensa, piensa… ¡haz algo, antes de que crezcan y sea demasiado tarde! ¡Vamos, filósofo, que es para hoy!

¡Ya lo tengo! ¡Voy a casarme otra vez! Con una mujer repelente y antipática que tenga otros dos hijos, que así me dan el carnet de familia numerosa. Los rodearé  a todos de pensadores libertarios admiradores de mi obra (de la escrita, vaya…), políticos revolucionarios y poetas románticos. ¿Qué puede salir mal? ¿Eh?

Supongo que Mary Shelley (30 de agosto de 1797) bien podría, incluso hoy en día, darse con un buen canto en los dientes, al menos en lo que a resultados se refiere. Incluso hoy en día a esa familia lo mínimo que le llamaríamos sería «disfuncional», siendo caritativos. Y de una niña de diecisiete años que se fugase con un hombre casado, que además, tiene a su padre financieramente estrangulado está claro qué le llamaríamos. En sus biografías hablan de «ostracismo social», que hasta suena bonito pensando en un aislamiento silencioso. Pero todos sabemos qué dirían hoy las viejas del visillo y me apuesto algo bueno que las del XIX no se quedaban calladas.

Estos son los datos biográficos más conocidos de la vida de Mary Shelley. Hija de William Godwin y Mary Wollstonecratf, con casta tenía que salir el galgo. Padre Godwin siempre les procuró a las chicas cuantos recursos y estímulos educativos tuvo a su alcance. No muchos. Parece que entonces tampoco corrían buenos tiempos para los editores de literatura «de calidad». Parece ser que recibieron una formación informal, poco académica, pero amplia. La casa disponía de una hermosa biblioteca y era frecuentada por personalidades influyentes del momento. Firme admirador de las tesis feministas de su primera mujer, no dudó en pasar por encima de sus principios para procurarles un hogar y apostar por su educación más allá de criar damitas bobas. Y desde luego que boba no le salió Mary.  El motivo por el que Godwin rechazó la relación de Mary con Percy B Shelley podría fácilmente pensarse que era el escándalo que suponía en la sociedad del momento, pero las causas son mucho más complejas: Percy, entusiasta seguidor de las tesis políticas de Godwin y acomodado (aunque no rico) aristócrata, había prometido un sustento económico a las actividades intelectuales de Godwin; sustento que nunca llegó. Si alguien hubo en el círculo de Mary que la rechazó, desde el minuto cero y hasta el final de sus días, fue su suegro. Lo demostró activamente limitando los recursos económicos de su hijo, sin importarle un pijo ni siquiera que éste tuviera que salir periódicamente del país para evitar ser detenido por moroso, la presión de su consuegro sobre su hija y yerno, ni el bienestar de sus nietos.

De una de estas huidas hacia delante por el acoso económico y social, no hay mal que por bien no vengan, podríamos decir que nacen dos de las criaturas terroríficas más fascinantes de la literatura universal, Frankestein de Mary Shelley y El vampiro de Polidori. Sí, hablamos de aquel famoso verano lluvioso del 1816 en Villa Didorati, esa mítica reunión en casa de Lord Byron de la que siempre me he preguntado dos cosas: ¿Y qué mierdas escribieron Percy y Gordon, solo escribieron Mary y John? Vaya con lanzar proyectos de antologías y dejarlas tiradas… parece que tampoco es cosa nueva. Y segunda: ¿cómo puedes huir de Inglaterra acosado por las deudas y poder permitirte un verano de vacaciones girando por Europa?

Y aquí acaba la biografía de Mary Shelley, que todos sabemos que solo hizo dos cosas en la vida: destrozar el matrimonio cristiano de Percy B, la muy golfa, y escribir Frankenstein. Esto… no.

Breve listado de cosas que hizo Mary Shelley en la vida además de golfear y escribir Frankenstein:

  • Tener cuatro hijos con Percy, de los cuales solo sobrevivió uno en el que centró todo el sentido de su vida, a pesar de que le decepcionaba un poco la escasa tendencia que mostraba hacia todo lo que a ella la apasionaba: el conocimiento, la literatura, el arte… La profunda tristeza por la muerte de sus hijos modeló un carácter fatalista propenso a la melancolía que no mejoró con la muerte de su marido.
  • Sobrevivir a su marido y convertirse en la principal editora, compiladora y promotora de la publicación de su obra. No sé si a alguien hoy le sonaría de algo el tal Percy B. Shelley por algo más que por ser coleguilla de Byron sin su empeño en poner su obra en valor. Sin embargo, no vio un duro de ello. Su suegro estaba radicalmente en contra de la publicación de la vida y obra del poeta y amenazaba continuamente a Mary con dejar a Percy Florence Shelley sin pensión de manutención. Mary, al no tener otro ingreso fijo más que ese (que tampoco era ninguna maravilla…) pues tragaba y confiaba en que el viejo tardase poco en palmar. Pero se empeñó el muy tacaño en vivir noventa y tres años, en los cuales, Mary se las arreglaba para dotar a otros editores de material, supervisarlo y editarlo… sin ver un duro. Aunque me queda la duda razonable de si lo haría convencida de su talento o por el complejo de «mala esposa». Los últimos años de su matrimonio Mary tenía la impresión de no estar «cumpliendo» sus deberes, debilitada por sus fases de depresión. Incluso permitía y justificaba coqueteos del poeta, a la sazón muy defensor de «las relaciones abiertas», con otras mujeres, incluida su hermanastra Claire, con la que se dice, se cuenta, se rumorea que llegó a tener una hija. Que también se dice, se cuenta, se rumorea, que podría haber sido inscrita por Shelley, pero ser hija de Byron. Ohhh, dónde esté esto que se quite Sálvame… Oh, Byron… Por cierto…
  • Odiar a Lord Byron. Según extractos de su diario y cartas lo consideraba poco menos que un gilipollas engreído. No lo dice con esas palabras, pero más o menos lo dice. Y bueno, quién no haya pensado eso de Byron alguna vez (sobre todo después de ver Remando al viento), aunque no lo haya expresado exactamente así, que tire la primera piedra. En la larga lista de decepciones en la vida de Mary supongo que ocupa un lugar de honor no empaquetarle finalmente a Byron a la cargante de Claire, su hermanastra, después de tener con ella una hija, esta sí, reconocida. Byron se quedó con la nena, pero con Claire tuvo que quedarse Mary, ya que Byron la repudió. Y me puedo imaginar que el plan de Mary era justo el contrario. Si esto no es para cogerle a alguien ojeriza…
  • Escribir. Mary gozó de un cierto éxito y reputación como escritora en su época, eclipsado a posteriori por las dos etiquetas ya mencionadas de «mujer de Shelley» y «autora de Frankenstein». Redactó textos biográficos por encargo, relató sus frecuentes viajes por Europa, y entre sus obras de ficción podemos encontrar novelas con tintes autobiográficos más o menos transustanciados —Mathilda—, novelas históricas como Walperga o Lodore, y curiosidades como El último hombre. Detengámonos aquí un momento para destacar esta novela sobre las demás.

Siempre hemos oído mencionar a Frankenstein como un precursor de la ciencia ficción, al incorporar como punto de partida la especulación científica y otros temas que después han sido clásicos recurrentes del género, como los límites éticos del avance tecnológico y las consecuencias del desafío a las leyes de la naturaleza, el hombre jugando a ser Dios, y blablablá. —Otro día hablamos de proto ciencia ficción—. De Wells, Verne y compañía. Y de El último hombre, que a pesar de no figurar en ningún sitio como tal, queda oficialmente incluido en el pack, al menos en esta oscura morada. Porque, a ver: ¿por qué tendríamos que considerar a Frankenstein un precursor de género, y no una novela de anticipación futurista en la que una epidemia arrasa la población mundial en el año 2070? Solo se me ocurre una explicación: el lastre de la «monstruosa etiqueta» más allá de la cual perdemos la perspectiva completa, y compleja, de Mary, de su vida y del conjunto de su obra. Y como precursor de la ciencia ficción, lo que es por tener elementos que después se han erigido en temas recurrentes de canon, a mí me parece que anticipación, futurismo y apocalipsis cumple bastante mejor que Frankenstein.

El misterio de por qué soy hay una edición de esta novela en castellano, editada en 2007 y descatalogada desde entonces, cuyos escasos ejemplares de segunda mano se cotizan entre 28 y 43 euros, es una de esas insondables dudas que le dejamos a Iker Jiménez. Esta novela en inglés se edita y reedita a patadas (Goodreads, ficha del libro: Other editions: 164, solo 164…)

  • Morirse a gusto. Los últimos años de Mary fueron duros. Contaba con una cierta comodidad financiera debido a la herencia recibida de su suegro. No tanta como había previsto, pero ya estaba curtida después de todos los avatares vividos para arreglárselas. Creo que incluso estaba en un estado «zen» cercano con el pasotismo, ya que al olorcillo del dinerito recibió varios intentos de chantaje a los que respondió ignorándolos cordialmente. Lo único que le importaba era su niño y este se había casado con una buena chica a la que Mary no solo aprobaba, si no que le tenía gran afecto. Con ellos vivió hasta su muerte, el 1 de febrero de 1851, haciendo de su capa un sayo y resbalándosela todo cual agua por pluma de pato. O eso, o cansancio, solo cansancio. Toda la vida igual, tú: que si mis cartas escandalosas, que si la vida escandalosa de mi marido, que si… Sí, vale. Lo que queráis. Vosotros levantad el meñique al beber el té. Ya os digo el dedo que os voy a levantar yo para que subáis y pedaleéis.

Por último, aconsejo unas lecturas sobre Mary que os ayudarán a ampliar este artículo y conocerla mejor. O simplemente a desentrañar cómo de atrevida y hasta qué punto fantasiosa esta interpretación mía de la autora. O incluso a haceros la vuestra.

  • Mary Shelley, Muriel Spark. Lumen, 1997.
  • La gestación del mito de Frankenstein, Pilar Vega Rodríguez. Tecnos- Alianza, 2002.
  • Frankenstiniana: la tragedia del hombre artificial. Pilar Vega Rodríguez. Aldebarán, 1999.

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