Reseña originalmente escrita para Paraiso4 en febrero de 2013.
TÍTULO: Melmoth El Errabundo
IDIOMA ORIGINAL: Inglés.
PRIMERA EDICIÓN: Melmoth The Wanderer. A Tale by the Author of Bertram, & c. in Four Volumes. Edinburgh – 1820.
OTRAS EDICIONES: Valdemar, SIEMPRE VALDEMAR. Si hablamos de goticadas esto es así: Valdemar o nada.
Esta va a ser una reseña peculiar, ya que voy a tener que explicar, y muy despacito para que se me entienda, cómo es posible que un libro que me ha desesperado por toneladas métricas y que he tardado dos meses en calzarme, a base de alternarlo con otras lecturas más ligeras, me ha parecido tan terriblemente genial, que ocupa un lugar destacado entre mis favoritos de ahora en adelante. Para qué me meteré yo en estos líos…
Dejemos muy claras las premisas de partida: es un ladrillazo de más de mil páginas, escrito en el siglo XVIII. Primera pega: miedo, lo que se dice miedo, da más bien poco a un lector avezado del siglo XXI, poco dados a gestos más allá de levantar una ceja ante la ingenuidad de los primeros clásicos del terror. Segundo, es una novela gótica desde el principio y hasta el final, con todas las letras bien puestas: la mansión decrépita, el viejo avaro agonizante, la familia maldita, la climatología adversa, naufragio en la tempestad, isla exótica, el cementerio inhóspito, nobles caballeros, heroicas damas… no falta ni uno de los tópicos del canon. Tercero: cada capítulo campa a lo largo y ancho de extensiones que bien podrían considerarse de manera autónoma como novela corta, desgranando complejos entramados y subtramas con sus saltos de tiempo y espacio, hasta el punto de a veces, levantar la cabeza de la lectura para quedarse pensando… La madre que lo parió… ¿pero qué narices me están contando?
Melmoth hay que abordarlo con la paciencia a la que los lectores actuales, abonados al aquí y ahora, todo rápido y todo ya, nos hemos desacostumbrado y solemos (me incluyo) encontrar irritante. La novela comienza en la mansión familiar, donde acaba de fallecer el viejo patriarca, legando todos sus bienes a su joven sobrino junto con una maldición, y es que un antepasado parece llevar corriendo sus propias aventuras desde hace más de dos siglos. Así, el descubrimiento de un manuscrito nos lleva de repente a cien páginas que detallan su contenido. La aparición de un náufrago en la playa durante una tempestad nos lleva a otras trescientas para conocer su historia. Un pacto de conveniencia con un judío que refugia a un hombre perseguido por la Inquisición, nos lleva a otro manuscrito. Cuyo contenido, cómo no, se nos detalla, hay que joderse: una jovencita deliciosa que vive recluida en una isla paradisíaca, en la que es tentada por un misterioso hombre, del que se enamora (oh, qué bonito); pero luego la rescatan y vuelve a la civilización, donde su padre, pretende casarla con un mozo, lo cual provoca la fuga nocturna de los amantes para celebrar una boda secreta en una ermita abandonada, entre lápidas; en estas volvemos atrás a una noche que el padre de la joven pasa en una posada, donde coincide con otro hombre que su vez le lee otro manuscrito en el que se cuenta que… pues eso, ¿qué narices os estaba contando yo?
Recorremos con impaciencia los extraños y largos caminos narrativos a través de la que se construye su enrevesada y densa estructura, anidada como las matrioskas, donde de cada trama surge una nueva subtrama, dejando la anterior pendiente de resolución. Melmoth es el hilo conductor de todas estas historias independientes, aunque no en todas ellas su presencia es explícita ni es revelada, más que como la desesperación de sus potenciales víctimas mortales, y la tentación en forma de salvación que Melmoth ofrece. La palabra técnica que describe estos rodeos interminables antes de ir al grano, como ya he citado, creo que es desesperación.
Como muestra, este extracto de la obra, en la que el autor parece estar bastante de acuerdo comigo en lo complejo de la tarea de seguir su hilo narrativo.
Estabais escuchando, creo —dijo—, una historia disparatada y terrible sobre un ser a quien se le ha encomendado una misión incalificable: tentar a los espíritus desventurados, en su última extremidad mortal, para que cambien sus esperanzas de futura felicidad por una breve remisión de sus sufrimientos temporales.
—No he oído nada de eso— dijo don Francisco, cuya memoria, que era poco brillante, no había retenido gran cosa debido a la longitud del relato y al sueño en el que había caído a continuación.
Ese es el irremediable destino de un lector somnoliento y con memoria poco brillante: dormirse con esta obra. Nótese el descarado intento de descargo del autor al apuntar de soslayo al lector abúlico como responsable de dicho mal. Nótese la redacción en Melmothnés de mi última oración. Qué hartazgo, bendito de las alturas, negligente protector de mis desvelos… stop. Ya vale.
Ahora bien, ¿entonces, por qué no tirar el ladrillo por la ventana, eso sí, cuidando de no darle a nadie en la cabeza con él, que lo matas? Por algún misterioso motivo, no pude hacerlo. Abandoné a Melmoth hasta en tres ocasiones, y tantas otras he vuelto a ponerle las garras encima. Por el camino hacia el meollo de la trama, hasta que algo parecido a un nexo lógico va cobrando forma con el avance de la lectura, pasamos por tantos sitios y tan interesantes, que no pararse a mirarlos es tontería. Como si en un viaje larguísimo en el asiento del copiloto, y sin nada mejor que hacer, nos negáramos siquiera a mirar por la ventanilla por el puro cabreo infantil de «¿y cuánto falta, papá?»
Si dejamos la actitud enfurruñada, cambiamos el chip y nos lo tomamos con calma, si no tenemos prisa, ni quien nos la meta, disfrutaremos del camino. Si nos quitamos el reloj y dejamos de mirar cuántas páginas quedan, si colaboramos y nos dejamos enredar… Maturin nos va a llevar de paseo con una prosa intensa y detallista a manicomios, claustros oscuros, asfixiantes criptas, calabozos de la Inquisición, vergeles exóticos, cementerios a la luz de la luna; nos va a mostrar maldad de todas las clases de naturaleza, humana, diabólica y hasta divina, porque no se va a librar de los horrores descritos ni el portero del convento. Ea, ¿y qué fan irredento del terror clásico puede decirle que no a semejante portafolio de eventos y despliegue de medios, aunque sea tomándose algún descanso por el camino?
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